domingo, 18 de junio de 2023

Alejandro, un amigo de palabra

 

De izquierda a derecha, Alejandro, José Manuel
y José Antonio, en la mili, con papel de teletipo
Nos conocimos en Cádiz, en la base naval de Puntales, en 1969. Cumplíamos el servicio militar en el Estado Mayor de la Jefatura del Mando Anfibio, concretamente en el departamento de Comunicaciones. Atendíamos a la radio y al teletipo. Lo más importante que pasaba por nuestras manos eran los informes cifrados que mandaban de la OTAN (aunque el gobierno de España era una dictadura y todavía no estaba en la OTAN) con la posición de los barcos militares soviéticos en el Mediterráneo. De las muchas personas que conocí en el año y medio de mili que tuve que cumplir, sólo mantuve después el contacto con dos de ellas: José Manuel Pena y Alejandro Domínguez. Desde esta mañana, cuando leí el wasap que me envió su hija Eva, sé que ya no podré volver a hablar con Alejandro.

Cuando terminamos la mili, cada uno se volvió a su vida anterior. José Manuel a Vigo, Alejandro a Cerdanyola y yo a Madrid. José Manuel navegó por medio mundo (todavía encuentro alguna postal suya, enviada desde algún punto exótico) y yo me fui a Coruña en el 72, a Vigo a finales del 87 y a Sevilla en febrero del 89. Alejandro no se movió de Cerdanyola, donde había establecido unas raíces trasplantadas desde un pueblo zamorano cercano a Toro, de cuyo nombre ahora no soy capaz de acordarme. Los tres seguíamos relacionándonos, por correo postal, por teléfono y a veces -las menos, pero las más gozosas- personalmente (en Galicia, me fue más fácil verme con José Manuel en sus momentos de descanso entre travesías). En un par de ocasiones, visité a Alejandro en Cataluña, creo que las dos en los años setenta del pasado siglo. Y en una ocasión, en 2016, Alejandro y Soco (su mujer), estuvieron en Sevilla y tuvimos el placer de atenderlos en la mismísima Feria de Abril, aunque a las carreras de motos (gran pasión de Alejandro) en Jerez se fueron ellos solos. 

Alejandro, José Antonio, María Luisa y Soco,
en Sevilla, en 2016

En los últimos años Alejandro hacía planes para organizar una cumbre tripartita de amigos en Toro, aprovechando que los tres estábamos más que jubilados, una idea surgida en alguna de nuestras interminables conversaciones telefónicas y que a mi me parecía una estupenda manera de celebrar la supervivencia de una amistad a través del tiempo y de las distancias que nos separaban. Por diversas circunstancias de agenda (y me parece que el covid también influyó) la cumbre de la amistad fue retrasándose y nunca llegó a celebrarse. Y en estos días, una vez que conocimos hace unos meses el ataque de la maldita enfermedad (esa de la que estamos conociendo continuamente que se avanza en su control, pero que no deja de matar), pensaba que quizá podríamos celebrar la cumbre en la propia Cerdanyola, pero no me ha dado tiempo ni siquiera de proponerlo. 

Ha sido muy duro asimilar en tan poco tiempo el fin de una persona a la que quieres. Ha sido muy duro oír cómo se iba apagando la voz de un amigo con el que habías compartido horas de conversación sobre todo tipo de cuestiones, personales, sociales o políticas. Ha sido muy duro perder a un amigo que desgranaba las palabras con fluidez y coherencia, con argumentos y experiencias personales, desde las más sinceras convicciones. Manejaba las palabras y era un amigo de palabra, bueno, íntegro y generoso.