Concentración del 15-M en el complejo de Las Setas (Sevilla, mayo de 2012) |
Saturados de procesos electorales, dentro y fuera de España, bombardeados especialmente de cara a las elecciones generales del próximo domingo, 20 de diciembre, en España, parece que el nivel de indecisos es superior al habitual, pero la intención de participar también es superior. Los votos se pelean hasta el último momento y muchos ciudadanos se debaten entre lo malo conocido y lo bueno por conocer. Una buena parte de esos muchos todavía no se han convencido de que lo malo conocido es muy malo y que cualquier alternativa por conocer puede ser mejor. Tanto entre las derechas como entre las izquierdas. Y mientras deshojamos la margarita electoral, recojo aquí mi última reflexión en El Diario Fénix sobre algunos mecanismos con los que desde el poder se tratar de arrimar el ascua a la sardina más conveniente (para el poder, se entiende):
http://www.eldiariofenix.com/?q=content/experiencias-de-un-intenso-a%C3%B1o-electoral#.VnH9Yj5LKeQ.twitter
Falla el enlace. Aquí está el texto:
EL
PLUMILLA ERRANTE
Experiencias de un intenso
año electoral
José
A. Gaciño (El Diario Fénix, 15-12-15)
Rodeados de
elecciones por todas partes, llega ya la fecha culminante de este intenso año
electoral en España, el 20 de diciembre, con las elecciones generales. Los
ciudadanos han tenido ocasión de acumular experiencias y conocimientos sobre
procesos electorales en diversos niveles y en distintos ámbitos territoriales.
Los resultados han
sido variados, desde la continuidad más o menos forzada en las comunidades
andaluza y catalana, donde se produjeron atascos de entendimiento para
conseguir la investidura (en Cataluña todavía están atascados), hasta los
cambios más inesperados con todo tipo de combinaciones en materia de apoyos
explícitos o indirectos, con coaliciones de gobierno o con fugaces votaciones
de investidura. En algunos casos, se han notado las insuficiencias o las
distorsiones que provocan unas normas electorales diseñadas para favorecer a
los más poderosos.
La disputa sobre
la mayoría independentista en Cataluña, por ejemplo, ha ilustrado cómo una
distribución sesgada de diputados por provincia puede fabricar una mayoría
parlamentaria absoluta sin tener tal mayoría absoluta de votos ciudadanos. Un
criterio establecido en su día –antes de la Constitución y no corregido
después– por políticos centralistas, obsesionados por primar la representación
de la España “profunda” y despoblada (supuestamente más afín a sus principios
centrales y conservadores), es aprovechado ahora para intentar “desconectarse”
del Estado.
Precisamente esa
distribución provincial sesgada, que prácticamente elimina el criterio
constitucional de la proporcionalidad en un tercio de los escaños, puede estar
a punto de jugar en contra de algunos de los dos grandes partidos (el PSOE
especialmente), a juzgar por las encuestas que detectan un importante
crecimiento de nuevas fuerzas en algunas de esas provincias
sobrerrepresentadas. Le acaba de pasar al chavismo en Venezuela: la oposición,
con el 56 por ciento de los votos, ha alcanzado el 67 por ciento de los
diputados y su sobrerrepresentación se debe, entre otras cosas, a que
consiguieron ganar en circunscripciones a las que el oficialismo había
“engordado” en escaños porque las consideraba especialmente afines.
Los criterios
constitucionales, por otra parte, también se intentan soslayar por parte de
quienes, como el PP, descalifican los pactos de gobierno que no incluyen a la
lista más votada, sin molestarse en proponer una reforma de la Constitución
para modificar el procedimiento de elección de alcaldes y presidentes de
gobierno, que, en estos momentos, la Constitución atribuye a concejales y
diputados, respectivamente. También ha barajado alguna vez el PP la posibilidad
de primar a la lista más votada –una obsesión derivada de su limitada capacidad
de pactos–, como decidieron en Grecia los mismos que maquillaron las cuentas
públicas para acceder al euro: conceder un plus de cincuenta escaños a la lista
más votada, pensando en fortalecer la posición de los dos grandes partidos
turnantes, y que ha terminado aprovechando Syriza (que, por cierto, criticó tal
privilegio cuando quedó segundo en las elecciones de 2012).
En Portugal, un
pacto de los tres grupos de izquierda ha permitido a los socialistas formar
gobierno, desplazando a la coalición de centro-derecha, la lista más votada e
inicialmente encargada de formar gobierno, pero sin mayoría suficiente en la
cámara para sostenerlo. En España, esa posibilidad todavía no se ha estrenado
en el gobierno central, pero alguna vez tendría que ser la primera. Sólo
repasando las maneras y los contenidos de los diversos debates televisados en
esta campaña –entre nuevos, viejos y patéticos– los ciudadanos pueden encontrar
razones decentes de sobra para cambiar, por lo menos, al primero de la lista.
Pero, como me había quedado retrasado en la incorporación a este blog de mis artículos en El Diario Fénix, incluyo aquí los enlaces a los dos anteriores, uno sobre los vaivenes del bipartidismo y las fuerzas emergentes http://www.eldiariofenix.com/?q=content/recuperaci%C3%B3n-de-los-malos-conocidos
EL
PLUMILLA ERRANTE
Recuperación de los malos
conocidos
José
A. Gaciño (El Diario Fénix, 27-11-15)
Aunque hayan
renegado tanto de los que consideran advenedizos e inexpertos, los políticos de
la “casta” se han lanzado a imitar su estilo. Tratan de aparecer como cercanos
a la gente, como ciudadanos normales que comparten un café con sus vecinos, que
ríen sus gracias o que se expresan como con espontaneidad, sin los corsés
retóricos que se gastan los políticos profesionales para no salirse de las pautas
programadas. Acuden a espacios televisivos de entretenimiento a mostrar su
“lado humano” y no vacilan en contar chistes, cantar, bailar o comentar
partidos de fútbol, confiados en que la curiosidad benevolente del personal les
redimirá, si hacen el ridículo.
España vive su
última campaña electoral del año más electoral de su democracia. En realidad,
ha sido una campaña ininterrumpida, ya desde las europeas de hace año y medio
(mayo de 2014), cuando saltó la sorpresa de las fuerzas políticas emergentes que
le empezaban a comer terreno al bipartidismo. Entre las referencias de los
sondeos continuos y los resultados de las distintas elecciones que se han ido
sucediendo a lo largo de este año, los partidos políticos y sus líderes han
estado sometidos a un test permanente de valoración que ha ido dibujando
trayectorias con altibajos en algún momento sorprendentes, pero que finalmente
parecen desembocar en un panorama en el que quizá no pierda tanto terreno al
bipartidismo como se llegó a pensar, aunque, de todas formas, sufran una buena
merma.
También han ido
cambiando las perspectivas de cambios radicales que apuntaban las primeras
muestras. Hace un año, se auguraban hasta procesos constituyentes, coincidiendo
con las mejores expectativas de la fuerza emergente de la izquierda (Podemos).
Curiosamente, a medida que ha ido ajustando sus propuestas a la “centralidad”
(que no el centro, como insisten en matizar) de las necesidades ciudadanas,
suavizando o aparcando las medidas más espectaculares, se han ido también moderando,
decreciendo, sus expectativas electorales.
Al final, mientras
la derecha actualmente gobernante empieza a dar vagas señales de apertura a
posibles reformas constitucionales –siempre partiendo de la actitud pasiva de
esperar a las propuestas de otros–, los más audaces han pasado del proceso
constituyente a las reformas de mayor o menor calado, conscientes de que, con
esa derecha inmovilista, es utópico abordar un proceso que necesita mayorías
imposibles de alcanzar. Una lección que bien podrían aplicarse los
protagonistas del proceso independentista en Cataluña, atascados en un triunfo
electoral insuficiente, que, encima, están proporcionando oxígeno a quienes,
desde el gobierno central, menos están dispuestos ni siquiera a dialogar.
Por cambiar, han
cambiado hasta los contenidos del debate. Hace un año, todo hacía suponer que
los dos grandes partidos (sobre todo, el primero, el que gobierna) vivirían una
dura campaña en la que tendrían que afinar sus explicaciones para sacudirse los
efectos electorales de la montaña de corrupciones que habían ido acumulando
antes, durante y después de la crisis (suponiendo que hayamos salido de ella,
como trata de dar a entender el gobierno). Ahora, entre la cuestión catalana y
el peligro yihadista, tienen materia suficiente para disimular esas
corrupciones entre la unidad de la patria indivisible y la defensa de la
civilización occidental.
Así aguantan el
tipo y cruzan los dedos para que ningún nuevo azar catastrófico vuelva a
interferir en la campaña, confiando en que, una vez más, el conservador refrán
de que más vale malo conocido que bueno por conocer sea el que guíe el
comportamiento de los electores. No les importa reconocerse en el papel de
malo.
EL
PLUMILLA ERRANTE
La humanidad se agota por
exceso
José
A. Gaciño (El Diario Fénix, 6-12-15)
Asumida la
doctrina del crecimiento continuo (en economía como en otras actividades
humanas, a veces confusamente ligada a la idea de progreso), resulta automático
considerar un problema el descenso de la natalidad en determinados países. En
España, sin ir más lejos, como, en general, en los países más desarrollados, en
los que la mujer ha podido alcanzar un mayor nivel de autonomía a la hora de decidir
sobre su maternidad. En el primer semestre de este año, en España se han
registrado más muertes que nacimientos, una circunstancia que ya se había
producido en 1999. Entonces, los nacimientos terminaron superando a las
defunciones al final del año, pero esta vez los demógrafos ven difícil que se
cambie la tendencia. Y si la tendencia sigue manteniéndose, España perdería un
millón de habitantes en los próximos quince años y más de cinco millones, de
aquí a 2064.
En realidad, esa
tendencia podría significar un motivo de esperanza para la supervivencia de la
especie humana, sobre todo si se extiende al conjunto del planeta. Hasta ahora,
la humanidad va camino de agotarse por exceso. Los científicos todavía no
tienen bien definido cuál es el umbral de población a partir del cual
comenzarán a plantearse graves problemas de supervivencia, teniendo en cuenta
la limitación de recursos del planeta y los niveles de deterioro del medio
ambiente, pero la cifra de 9.000 millones de habitantes es una de las que se baraja,
y a esa cifra se puede llegar dentro de diez o quince años.
Los graves
problemas de contaminación causados por la actividad humana, especialmente por
el consumo intensivo de combustibles fósiles, están muy estrechamente
relacionados con la superpoblación. El homo sapiens lleva más de cien mil años
dejando su huella en el planeta, en principio muy leve, evidentemente, pero incluso
cuando ha ido siendo más profunda, a partir de la revolución agrícola, nunca ha
significado un peligro para la supervivencia global, pese a las devastaciones
de terrenos y de las grandes depredaciones de otras especies animales que se
han ido produciendo, con un alcance local, que llevaba a la desaparición de
algunas colectividades o a su desplazamiento más o menos traumático.
El peligro ha
empezado a extenderse, a globalizarse, a partir de la revolución industrial y
con el espectacular crecimiento demográfico: en poco más de dos siglos, la
población mundial se ha multiplicado por siete. El deterioro medioambiental
afecta ahora a todo el planeta y necesita una solución planetaria. En la ONU
llevan intentándolo desde la primera Cumbre de la Tierra sobre Desarrollo
Sostenible, celebrada en Rio de Janeiro en 1992. Se han sucedido reuniones y
conferencias internacionales, se formalizó el Protocolo de Kioto en 1997
(suscrito por 37 países industrializados, pero sin Estados Unidos ni China), y
un Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha llegado a
conclusiones científicas sobre las causas del calentamiento global y la
necesidad de reducir drásticamente las emisiones de gases contaminantes.
De eso vuelve a
hablarse estos días en Paris, arrastrándose la frustración de más de veinte
años de debate con resultados muy limitados. Los poderosos intereses económicos
en torno a la energía contaminante y la resistencia en las sociedades
desarrolladas a rebajar los niveles de consumo de esa energía, junto con el
agravio de las menos desarrolladas que reclaman su derecho a alcanzar esos
niveles de consumo, bloquean un avance más profundo hacia el objetivo marcado
de no rebasar los dos grados de aumento de temperatura para 2100. A falta de
una voluntad política general de acometer ese problema, prescindiendo en primer
lugar de la obsesión por el crecimiento (económico y demográfico), parece que
sólo se puede aspirar a aplicar parches.