martes, 13 de diciembre de 2011

Estela mediterránea

Al fondo, el Barco de Ulises, en aguas de Corfu
No hicimos escala en Ítaca, pero en Corfu hay un pequeño islote al que llaman el barco de Ulises. Recuerda en su forma un navío petrificado, como si hubiese sido el del héroe de Troya hechizado por las sirenas. Ítaca, en todo caso, estaba presente en el espíritu del viaje, emprendido gracias a la generosidad de los compañeros, e inconscientemente colocado, ya que de islas griegas se trataba, bajo los auspicios de los viejos dioses nada modélicos (tenían las mismas pasiones, las mismas ambiciones y las mismas miserias que cualquier humano: sólo se les suponía mayor poder) y teniendo siempre presente, como aconsejaba el poeta Konstantinos Kavafis, que lo importante no es la meta sino el viaje mismo y el prolongarlo lo más posible (“pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento”) para que, cuando se llegue al final, no defraude la pobreza de Ítaca: con la sabiduría adquirida en el trayecto “comprendes ya qué significan las Ítacas”.

Ni siquiera después de un apacible y regenerador crucero mediterráneo creo haber acumulado ya tantas experiencias y conocimientos como para descifrar plenamente el significado de las Ítacas del poema, pero tengo la impresión de que no son más que pretextos retóricos –metas utópicas o proyectos supuestamente pragmáticos– para tratar de darle un sentido al viaje de la vida, que en realidad no tiene más sentido que el que vamos improvisando y dejando atrás, como las estelas en la mar del caminante machadiano. Cada uno tiene su propia estela y su huella es sólo un recuerdo que el amor o la amistad intenta prolongar en una eternidad imposible.
Literatura y metafísicas aparte, la navegación había empezado en El Pireo, a donde llegamos (el 28 de marzo a última hora de la tarde) después de un aburrido recorrido desde el aeropuerto ateniense en el que lo más destacado era comprobar las numerosas placas solares que coronaban los vulgares bloques de viviendas de la Atenas periférica. En compacta formación, ya etiquetada en el aeropuerto de Barajas, nos íbamos incorporando a una especie de gran  colmena flotante, el Zenith, de 208 metros de eslora y 29 de manga, con capacidad para 1.828 pasajeros y 620 tripulantes (incluidos el servicio y el personal de animación).
El Zenith, hotel flotante para casi dos mil pasajeros
Un tamaño medio, sin embargo (en Málaga o en Cádiz atracan algunos con capacidad para más de tres mil pasajeros), pero suficiente para reunir toda una muestra sociológica de viajeros: jubilados nostálgicos, jóvenes incansables, grupos familiares al completo (de abuelos a nietos), excursionistas impacientes, glotones compulsivos, gente normal que sólo pretende conocer y divertirse... cada uno a su aire y todos conviviendo sin problemas, gracias a una eficaz infraestructura logística concebida para atender alojamiento, manutención y diversión, tanto dentro como fuera de la gran colmena. Guardamos un recuerdo especial de nuestros encantandores compañeros de mesa en las cenas: un matrimonio chileno de trato exquisito y una pareja de recién casados de Andújar con su vitalidad juvenil.

 Explosión de blancos y azules

Molinos en Mikonos
Contemplando restos arqueológicos de Delos
Amanecimos a la mañana siguiente en la isla de Mikonos, la primera explosión de blancos y azules que se ofrece a la visión de los viajeros, moderada por el contrapunto nostálgico del viejo esplendor en la vecina isla de Delos, un impresionante yacimiento arqueológico que recuerda lo que fue un núcleo urbano de unos cuarenta mil habitantes, centro comercial y religioso (legendaria cuna de Apolo y Artemisa), cuya destrucción, en el 38 antes de Cristo, marcó el principio de la decadencia helénica ante el nuevo poder hegemónico romano.

Hermes, de Praxíteles, en Olimpia
Como en la vieja Olimpia, escenario de los juegos clásicos (que visitamos dos días después), el abandono autóctono fue absoluto (con el saqueo correspondiente de los materiales aprovechables para otras construcciones) hasta que, en el siglo XIX, arqueólogos británicos, alemanes y franceses, entre otros, comenzaron la tarea de intentar salvar lo que se pudiera. Se cobraron una buena parte del botín para los museos de sus países de origen, pero quizá su intervención impidió que se perdiera todo. El pequeño museo de Olimpia conserva al menos una magnífica escultura de Praxíteles, la que representa al dios Hermes.

Al aire de Santorini

De explosiones, tanto de colores salpicando el todopoderoso blanco como de las fuerzas del centro de la tierra, saben mucho en Santorini, una isla hecha pedazos por erupciones volcánicas, la primera de la que se tiene noticia en el año 1450  antes de Cristo y la última, por ahora, en 1707. Sus pueblos se han colgado literalmente de las escarpadas laderas que dan al mar, sobre playas de arena negra que rodean un islote con el cráter todavía expectante. De la dependencia cretense, a la que puso fin accidentalmente aquella primera erupción volcánica, pasaron siglos después (en el XIII después de Cristo) al dominio veneciano, antes de reintegrarse a una nueva Grecia unida.

Interior del Palacio de Mon Repos, en Corfu
Estatua de Capodistrias
También vivieron bajo el control veneciano en Corfu (así lo pronuncian, sin acento en la “u”, aunque en realidad el nombre griego auténtico es Kérkira), ya en el mar Jónico, del que fueron “liberados” por la ocupación napoleónica (les quedan de entonces unos soportales como los de la rue Rivoli parisina). Corfú-Corfu-Kérkira cultiva su mito turístico con el recuerdo de los veraneos de la emperatriz Sissi o del mundillo artístico y literario en el que destacaron los hermanos Gerald y Lawrence Durrell, a quienes visitaba, entre otros, Henry Miller. Pero no se han olvidado de erigir una estatua a su paisano Ioánnis Capodistrias, primer presidente de la República de la Grecia moderna, en 1827.
Repúblicas independientes
Dubrovnik, desde la montaña de San Sergio
Al pie de las huellas del esplendor pasado
Y siguiendo el rastro veneciano, llegamos a Dubrovnik, una joya histórica enclavada en la antigua costa dálmata, donde todavía, en las muy recientes guerras balcánicas, algunos intentaron resucitar la idea de la antigua República de Ragusa, la que se emancipó de la república veneciana en 1358, copiando su modelo de control oligárquico con apariencia democrática pero con un eficaz entramado de contrapoderes para corregir abusos y corrupciones. En su recinto amurallado, como descolgado del mar desde la montaña de San Sergio, cuyos robles (dubrava en ilirio) inspiraron su nombre eslavo, todavía se conservan las huellas de un pasado de esplendor, en el que su habilidad diplomática le permitía relacionarse con turcos y con occidentales, acoger a sefardíes expulsados de España y colaborar con la corona de Castilla, como expertos marinos, en la navegación a América (tuvieron consulados en Sevilla y en Cádiz). Enclave croata en medio de Bosnia-Herzegovina, el esplendor de la vieja Ragusa sacrifica su intimidad histórica para sobrevivir con la invasión turística.

Reencuentro con Venecia


Al fondo, la basílica de Santa Maria della Salute
No sólo circulan góndolas por los canales venecianos
Después del aperitivo ragusiano, llega el reencuentro con Venecia, que también recicla su esplendor en el espectáculo turístico, pero preservando una gran parte de su intimidad enigmática y seductora entre los mil recovecos de sus calles (así, calles, como en castellano), puentes, canales y canalillos, entre sus juegos de máscaras y su romántica decadencia, siempre al borde del naufragio final, desafiando los cálculos de probabilidades catastróficas con una sobrecarga de visitantes más o menos frívolos, más o menos desencantados, más o menos sensibles, más o menos embriagados de belleza y misterio, sobre cimientos tan frágiles y mareas tan implacables, pero siempre superviviente de su propia arrogancia y de su propia debilidad (según la época histórica), desde la majestuosidad de San Marcos al decadente Lido, por el bullicioso Rialto o ante el sorprendente hospital del Campo Santi Giovanni e Paolo (¡de fachada renacentista!), refugiado en la eternidad artística de los Tintoretto, Bellini, Tiziano o Canaletto con el fondo musical estimulante del pelirrojo Vivaldi, aunque Visconti ya nos haya condenado a asociar esta Venecia perpetuamente moribunda con el melancólico adaggieto de Mahler.
Bolonia, la ciudad más roja y con más bicicletas

Epílogo rojo
En  la Universidad más antigua de Occidente
El crucero terminó el 4 de abril (2011, claro) en el puerto de Ravena (así, sin acento en la primera “a”, lo pronuncian los italianos, que se supone que son los que lo pronunciarán mejor), que ahora está alejado de la ciudad, que tuvo que desecar sus canales para sobrevivir a las inundaciones. Como había que trasladarse al aeropuerto de Bolonia para el regreso a España, preferimos dedicar la última excursión a recorrer la que pasa por ser la ciudad más roja de Italia, título ganado a pulso en la lucha antifascista por los partisanos de la “bandiera rossa”, y sede también de la Universidad más antigua de Occidente (funciona desde 1088, aunque ahora en instalaciones mucho más modernas que el entrañable edificio del antiguo Studio, sede ahora de una gran biblioteca pública). En la basílica boloñesa de San Petronio, en 1530, fue coronado emperador Carlos V (aquel flamenco de Gante que también reinó en España como Carlos I), tres años después de que sus tropas saqueasen Roma para vencer y convencer al papa Clemente VII (que así se las gastaban algunas católicas majestades con sus propios jefes espirituales).

Memoria de un crimen en Atocha
De noche, en Madrid, en un hotel junto a la estación de Atocha. Por la mañana del 5 de abril, regreso a Sevilla, no sin antes completar el recuento de memoria histórica con una visión del cercano monumento a los abogados laboralistas de Atocha asesinados en 1977 por un comando del terrorismo fascista. Tiempos que se antojan lejanos en esta agradable mañana de primavera, después de un relajado viaje de placer por aguas mediterráneas. Queda el futuro, claro, el recurrente viaje a Ítaca, con todo su panorama de experiencias e incertidumbres.