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La angustia y la soledad del torero en este cuadro de
José María Sánchez Casas |
Como si todavía estuviésemos en los tiempos en que no había aviones ni móviles ni internet, el procedimiento para constituir las nuevas Cortes Generales e investir, en su caso, un nuevo gobierno necesita, en España, más de un mes, si las cosas transcurren normalmente. Más de veinte días pasaron entre el día de las elecciones, 20 de diciembre, y la constitución del parlamento, 13 de enero, y hasta una semana después no empezó el rey su ronda de consultas con los representantes de los partidos con presencia en el Congreso.
En todo este tiempo, además, los partidos han sido incapaces de articular una negociación seria para formar gobierno, de manera que Mariano Rajoy -uno de los que más prisas parecía tener para que se configurase un ejecutivo que él considerase responsable- terminó declinando la propuesta del rey de que se sometiese a la sesión de investidura porque no cuenta con los apoyos necesarios (se ha dado cuenta, al fin, de que no basta ser el partido más votado) y prefiere que no empiece a correr el plazo de dos meses, a partir de su derrota en la investidura, para convocar nuevas elecciones si no se consigue llegar a un acuerdo de gobierno.
Ha preferido prolongar su situación de presidente del gobierno en funciones, a la espera de que el líder socialista se queme en el intento de configurar una alternativa progresista para el que los principales obstáculos los encuentra en su partido.
Rajoy prolonga su interinidad en la soledad dontancredista de quien ha hecho la estatua ante los grandes problemas sociales y ahora se ve en la necesidad de mendigar acuerdos a quienes despreció en su legislatura de arrogancia absoluta.
Más cosas sobre estos líos en estos artículos publicados en El Diario Fénix:
http://www.eldiariofenix.com/?q=content/sin-demasiadas-ilusiones-con-los-cambios
http://www.eldiariofenix.com/?q=content/los-problemas-sociales-en-segundo-plano
Como parece que no funcionan los enlaces, incluyo aquí los textos originales:
EL PLUMILLA
ERRANTE
Sin demasiadas ilusiones con los cambios
José A. Gaciño (El Diario Fénix, 25-1-16)
Era
de los que metían prisas (junto con la cúpula de la Unión Europea) para que se
formase cuanto antes un gobierno responsable, presidido por él, claro, y
compartido o apoyado por los partidos que coinciden en la defensa de la unidad
de España y de los compromisos con la UE, pero Mariano Rajoy se ha apuntado a
la táctica conservadora de perder tiempo para aguantar el resultado. De todas
maneras, parece que ya se ha aprendido el artículo 99 de la Constitución, en el
que se explica el procedimiento para elegir presidente del gobierno, y en el
que no se alude para nada a la lista más votada, sino al candidato que consiga
mayoría absoluta en una primera votación de investidura en el Congreso de los
Diputados o mayoría simple en una segunda votación.
Quizá
le falta aprender que, para conseguir esas mayorías, si no la tiene uno por su
propio grupo, hay que negociar con otros grupos parlamentarios y ofrecer algo
más que advertencias contra los radicalismos y vagas promesas de reformas. Y
que quejarse públicamente de que su interlocutor más importante no quiere
escucharle es una manera de reconocer su propia incapacidad para hacerse oír (y
no digamos ya para entenderse y llegar a acuerdos).
Tampoco
estaría de más que aprendiese que su habitual práctica de resistencia pasiva
–no hacer nada, esperando que las cosas se arreglen solas– no siempre da
resultado. Claro que, en este caso, puede que el resultado que esté buscando
sea el de repetir las elecciones y simplemente prefiera que sea el candidato
socialista el que se queme primero perdiendo la investidura, circunstancia que
además le permitiría presentarlo como un irresponsable que ni deja gobernar al
candidato del partido más votado ni es capaz de aglutinar apoyos para gobernar.
Eso o esperar que la lucha interna en el PSOE le haga el trabajo de convencer a
Sánchez (o sustituirlo por alguien que considere a Rajoy un político decente).
Frente
a la pasividad de la derecha, la nueva izquierda de Podemos practica la
sobreactuación en jugadas de farol que meten más presión al líder socialista, ya
sometido a presiones contradictorias, en plan ducha escocesa, por sus barones
territoriales que le exigen al mismo tiempo no pactar con el PP ni pactar
contra el PP. Más posibilidades para la repetición de elecciones, unos pensando
en protagonizar el sorpasso (“adelantamiento”)
al PSOE con el que había soñado Anguita hace veinte años, otros esperando el
definitivo fracaso de un líder considerado sin pedigrí por un aparato que prefiere
morir a arriesgarse.
Como
telón de fondo, las altas instancias de la Unión Europea, que quieren que se
forme pronto un gobierno en España que despeje las incertidumbres que dicen que
inquietan a los mercados y que empiece a hacer frente a los recortes obligados en
unos presupuestos que ya han sido calificados de excesivamente optimistas por la
Comisión Europea, advirtiendo que tendrían que ser revisados por el gobierno
que saliese de las elecciones. Y tal como están las perspectivas
internacionales, no parece que se vayan a modificar sustancialmente las líneas
de reducción progresiva del gasto social. Ni la socialdemocracia (que gobierna
en países como Alemania, Francia e Italia) ni la izquierda radical que gobierna
en Grecia han conseguido modificar esa tendencia. Tampoco parece tener muchas
posibilidades de hacerlo el gobierno socialista portugués con apoyos
parlamentarios de comunistas y nueva izquierda. Por sumar que no quede (si es
que realmente todos estos sumandos son homogéneos), pero, en principio, un gobierno
de izquierdas en España también tendría limitadas sus posibilidades de hacer
auténticas políticas de izquierda (aparte de no poder hacer como quisiera otras
reformas más “domésticas”, como la de la Constitución, que previsiblemente
serían boicoteadas por la derecha).
Convendría
tener en cuenta ese contexto, para no hacerse demasiadas ilusiones con los
cambios y, en el caso de que realmente se llegase a esa alternativa progresista
que preconiza Sánchez, deberían explicar muy bien a los ciudadanos cuáles son los
límites. Más que nada para no seguir alimentando nuevas decepciones.
EL PLUMILLA
ERRANTE
Los problemas sociales, en segundo plano
José A. Gaciño (El Diario Fénix, 12-1-16)
Tan
legítimo sería que el gobierno español –el que está ahora en funciones o el que
pueda ser investido, si los políticos electos son capaces de hacer política y
llegar a acuerdos– hiciera frente a los posibles pasos del nuevo gobierno
catalán hacia la independencia a base de recursos de inconstitucionalidad, o
incluso haciendo uso del artículo 155 de la Constitución española, como que, en
un golpe de audacia, retase a los independentistas a aceptar la celebración de
un referéndum que aclarase directamente cuántos catalanes son realmente
partidarios de la independencia. Sería como una propuesta in extremis, con unas
cuantas líneas rojas chirriando, pero al menos una de las partes, la de los
independentistas catalanes, no podría extrañarse de ese cambio de última hora
después de la investidura exprés que han protagonizado en el pasado fin de
semana.
La
audacia no es algo que haya abundado en los gobiernos del actual sistema
democrático español. Adolfo Suárez la gastó casi toda con aquella ley para la
reforma política que le vendió a las Cortes franquistas (y que en cinco
artículos y tres disposiciones transitorias se cargaba prácticamente las leyes
fundamentales del franquismo) y con la legalización por sorpresa del Partido
Comunista. Volvió a aparecer en aquella pirueta de Felipe González con la que dio
la vuelta a su postura inicial sobre la OTAN, precisamente a través de un
referéndum (había ensayado antes la audacia en el debate interno de su partido,
cuando practicó la dimisión calculada para convencer a sus compañeros de que
había que olvidarse del marxismo).
Claro
que se habla de audacia cuando las cosas salen bien. Si se tuercen, se habla
más bien de temeridad (la que cometen los temerarios, “excesivamente
imprudentes arrostrando peligros”, según el diccionario de la Academia). En eso
están precisamente los políticos catalanes que han iniciado su camino hacia la
independencia. Llevados por una euforia movilizadora que superó sus propios
cálculos al promoverla, vislumbrando suculentos réditos electorales, han terminado
enredados en una interminable huida hacia adelante, a pesar de que los réditos
no han sido tan suculentos. Su audacia se va convirtiendo en temeridad a medida
que avanzan en el vacío, convencidos de que, a pesar de tener casi todas las
condiciones en contra, esta es la gran ocasión histórica de alcanzar su sueño.
Empezaron jugando lo que creían una buena baza electoral y ahora juegan a
creerse que es posible poner en marcha el proceso. De todas formas, sigue
pesando el cálculo electoral: la investidura exprés parece responder
fundamentalmente al pánico a unas elecciones anticipadas que podrían haber
supuesto el hundimiento final de la en otro tiempo poderosa Convergéncia.
Ofrecer
ahora un referéndum para que despierten del sueño podría ser una manera de
facilitarles una salida airosa. Después de todo, hay algunos gestos que parecen
señalar ciertos resquicios para el diálogo. Como que, ante el primer recurso de
inconstitucionalidad, el Parlamento catalán haya presentado alegaciones, en
lugar de empezar a practicar la desconexión. O que la presidenta haya pedido
audiencia al Rey para trasladarle el acuerdo de investidura (entre paréntesis: ¿no
hubiese sido mejor recibirla, para acentuar que sigue formando parte del
Estado?). O que el “sacrificado” Mas insista en que hay que evitar un gobierno
central del PP, con o sin Ciudadanos, como insinuando que no verían mal otra
alternativa.
Pero
la perspectiva más previsible, en principio, es la de una legislatura volcada
en el seguimiento del Tribunal Constitucional trabajando a destajo en un
laberinto de recursos y contrarrecursos en torno a los intentos de desconexión
catalana, sea cual sea el gobierno que finalmente consiga la mayoría suficiente
para sumar apoyos entre los nuevos equilibrios parlamentarios (urgidos por el
mismo pánico de algunos a la repetición de elecciones). Con la cuestión
catalana condenada a convertirse en la prioridad de ese nuevo gobierno central,
se corre el peligro de que pasen a un segundo plano las grandes cuestiones
económicas y sociales provocadas por la crisis y por las medidas adoptadas
supuestamente para salir de la crisis. La fortuna, en este caso, no sonreiría
precisamente a los audaces.