lunes, 3 de octubre de 2016

Neville Marriner, memoria barroca

La iglesia de Saint Martin in the Fields, en
 Londres (la foto es de 2010) 
Zapeando este fin de semana en la tele, para descansar del agobio de la guerra civil del PSOE (por cierto, en la guerra civil también hubo enfrentamientos abiertos en el seno de este partido, entre Prieto y Largo Caballero), supongo que en algún programa de recuerdos de la 2 o de 24 Horas, emitían un reportaje sobre el programa Clásicos Populares, aquel divertido recorrido divulgativo por la música clásica que hacían Fernando Argenta (muerto hace casi tres años) y Araceli González Campa. Y hoy he leído la noticia de la muerte de Neville Marriner, el gran director de orquesta y fundador a finales de los cincuenta de la Academy St Martin in the Fields, personaje y orquesta que conocí precisamente a través de Clásicos Populares. Cuando en 2010 viajé a Londres y vi en Trafalgar Square la iglesia de Saint Martin in the Fields, me pareció como si me reencontrara con un viejo amigo. Los juegos de la memoria, entre el azar y la emoción. He rebuscado en las fotos de entonces, como también en las fotos de un par de años después en la localidad catalana de Cadaqués, con la que tuvo relación Marriner según me acabo de enterar en la crónica de Rosa Massagué en El Periódico sobre su muerte, que he colgado en facebook junto con un youtube en su memoria, que reproduce el Adagio de Albinoni interpretado por la Academy St Martin in the Fields y dirigido por Marriner (y que también he colgado aquí). Casi sesenta años dedicados a conservarnos viva y fresca la música barroca.                                                                                                                      
Vista de Cadaqués, donde Marriner apadrinó la creación de 
una orquesta en 1988 (la foto es de 2012)


http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/muere-neville-marriner-academy-saint-martin-the-fields-5445332

https://www.youtube.com/watch?v=p6O8ob4YDX0

domingo, 12 de junio de 2016

La sociedad civil gaditana entre dos siglos







José María Rodríguez Díaz es un viejo amigo de los tiempos del Colegio Mirandilla y del Instituto Columela. Nuestras trayectorias personales y profesionales fueron distintas y, en ocasiones, distantes, pero nunca perdimos el contacto, aunque fuera una vez al año para tomar un café. Él optó por Derecho y yo por Filosofía y Letras y por Periodismo. El se quedó en Cádiz y yo anduve encontrando mis raíces en Galicia aunque terminé refugiándome en Sevilla. Rodríguez Díaz no se contentó con ser un competente funcionario de la Diputación de Cádiz: estudió Historia y sacó tiempo para investigar sobre los últimos siglos (el XIX sobre todo) de la vida gaditana. Y me reservó el honor de que pudiese escribir el prólogo de su último (por ahora) trabajo de investigación, publicado con el título Casinos, sindicatos y cofradías.  Un siglo de asociaciones en la provincia de Cádiz (18334-1931). Lo que opino sobre este libro, que ya está a la venta en las librerías gaditanas, está recogido en ese prólogo que se reproduce a continuación (y en el que, por cierto, se alude al libro con un título provisional, El derecho de asociación en la provincia de Cádiz (1833-1931), que luego se nos ha olvidado corregir). Por supuesto, recomiendo su lectura a todos los interesados por la historia de Cádiz. Este es un libro serio y trabajado, muy lejos de las fabulaciones de quienes, últimamente, se empeñan en contarnos cuentos de fantasmas.

Mucho antes de que se recuperasen para la modernidad los míticos Juegos Olímpicos (en 1896), ya se había creado en Cádiz, en 1848, la primera sociedad gimnástica. Y, aunque no nos conste la formación de clubes que estructurasen su práctica, el Campo de Gibraltar (por la proximidad británica del Peñón) y el Jerez de las bodegas de capital británico fueron escenarios de partidos de fútbol antes de que los ingenieros ingleses de las Minas de Riotinto difundiesen este deporte en Huelva, donde sí se creó el primer club de fútbol de España.
No es por presumir, pero, en este libro de José María Rodríguez Díaz, aparecen varias muestras de iniciativas avanzadas en materia de asociaciones de todo tipo, como para sentirse satisfecho del dinamismo gaditano a lo largo de los dos últimos tercios del siglo XIX y el primer tercio del XX. Ese es el periodo que abarca este estudio histórico sobre el fenómeno asociativo en la provincia de Cádiz, y que va desde la recuperación del liberalismo doceañista (una vez desaparecido el nefasto Fernando VII que lo había puesto entre paréntesis) hasta la proclamación de la Segunda República.
No es un periodo homogéneo, evidentemente, pero precisamente por eso resulta asombroso comprobar cómo, entre guerras civiles y pronunciamientos militares de diverso signo, sin faltar un primer ensayo republicano y hasta una revuelta cantonalista, lo que hoy llamaríamos “sociedad civil” iba configurándose de acuerdo con las nuevas circunstancias económicas y las nuevas relaciones sociales. En unos casos, desarrollándose en un marco legal a favor de la libertad de asociación más explícita. En otros, aprovechando los resquicios de una legislación más restrictiva y exponiéndose (y sucumbiendo en muchos casos) a la represión de autoridades recelosas.
Así, de la mano de este concienzudo investigador histórico, seguimos la formación del entramado asociativo en el que la burguesía emergente va tejiendo su influencia en aquella sociedad decimonónica en la que los viejos estamentos todavía seguían controlando parcelas importantes de poder. En ese proceso, sobre todo hasta el episodio revolucionario de 1868, Cádiz es uno de los focos más activos de ese hervidero de clases medias (burguesía mercantil, profesionales, funcionarios… ) que trata de abrir paso a las nuevas ideas liberales. Los casinos representan en ese momento la expresión asociativa más genuina de esa burguesía y, desde que en 1834 se creó en Algeciras el primero de la provincia, los casinos se fueron extendiendo por toda la geografía gaditana, desde Jerez y Cádiz capital hasta el último rincón de la Sierra.
A partir de la Restauración, la oferta asociativa se va diversificando progresivamente, extendiéndose a todo tipo de actividades culturales, científicas, profesionales, recreativas y benéficas, junto a círculos de orientación política o religiosa. En 1872, por ejemplo, se crea en Cádiz la que posiblemente fue la primera Sociedad Protectora de Animales y Plantas de España (desde luego, se adelantó en tres años a la que se formó en Madrid). Pero quizá lo más característico de aquel periodo fuese la proliferación de asociaciones específicas de carácter obrero (la nueva clase llamada a ser emergente), en principio como sociedades de socorros mutuos (que ya habían empezado a surgir en el decenio de los 40, tras la desaparición de los gremios) y después como sociedades de resistencia que desembocan en las organizaciones sindicales, sin olvidar las cooperativas. Y de la misma forma que las clases trabajadoras habían copiado antes el modelo burgués con sus casinos o círculos de artesanos, también los empresarios recurrieron al modelo cooperativo para concentrar determinados servicios comunes.
Como ya había demostrado en su anterior estudio Los gremios de la ciudad de Cádiz, en El derecho de asociación en la provincia de Cádiz (1833-1931) José María Rodríguez Díaz pone de manifiesto un trabajo riguroso y exhaustivo, no sólo en la recopilación de la documentación, sino también en su contextualización. En efecto, los datos locales y provinciales son analizados en relación con el panorama histórico en el que se sitúan. Eso le permite documentar unas conclusiones en las que desmiente los tópicos sobre el carácter individualista e insolidario de los andaluces o sobre su retraso en la incorporación a las nuevas corrientes sociales, plasmadas en nuevas formas de asociación y organización. Ya en su libro sobre los gremios llamaba la atención sobre esos prejuicios, cuando, al referirse a los impresores y libreros, recordaba que, en 1810, los militares, funcionarios y políticos que se refugiaron en Cádiz huyendo de las fuerzas francesas “se encontraron con una ciudad que no tenía nada que envidiar a la capital de España, ni por el número de librerías ni por los fondos de las mismas”.
En medio del rigor y la acumulación documental, entre listados casi interminables, que podrían hacer pensar en una obra farragosa, sólo interesante para académicos y especialistas, José María Rodríguez Díaz despliega sus dotes de escritor y un cierto olfato periodístico para destacar los aspectos más originales o más humanos, convirtiendo así el trabajo de investigación en una crónica de interés general, al alcance de cualquier lector curioso. Puede uno enterarse, por ejemplo, de que la primera “casa regional” que se creó en Cádiz fue la Sociedad Alemana Germania, con sede en la “muy cervecera calle del Puerto”, en 1861. O que, en 1870, se creó la cooperativa La Constructora de Extramuros, para construir viviendas. Por aquellos años, en las sociedades de socorros mutuos con asistencia médica se incluían sangrías, sanguijuelas y leche de burra entre los remedios posibles. Que llegó a funcionar una sociedad de padres de familia que tenía como fin pagar a mozos que sustituyesen a los hijos de los socios a los que les hubiese tocado hacer el servicio militar. Como resultará curioso saber que ya en 1910 se creó una sociedad para promover el turismo.

Manuel Ravina Martín, en su prólogo al libro Los gremios de la ciudad de Cádiz, advertía sobre los huecos pendientes de cubrir en la historiografía gaditana. No cabe duda de que José María Rodríguez Díaz ha tomado buena nota de la advertencia y se ha propuesto rebuscar en los sedimentos más olvidados de la documentación de nuestra tierra, con la intención, y la capacidad, de sacar petróleo, de aflorar un combustible básico con el que alimentar futuras investigaciones.

José Antonio Gaciño  


viernes, 26 de febrero de 2016

Lecciones políticas en tiempo de pactos

Edificio del Parlamento británico
(Foto de Nuria Gaciño, Londres, septiembre de 2010)
Mientras deshojamos las margaritas de los pactos (el pacto firmado, los pactos rechazados, los pactos imposibles de quienes no saben o no quieren pactar...) y corremos hacia el abismo (para algunos) de la repetición de elecciones, podemos fijarnos en otros aspectos de la actividad política en nuestro entorno europeo, a ver si algunos aprenden algo. Ya se sabe que las comparaciones son odiosas y que las circunstancias nunca son las mismas, aunque haya algún parecido, pero la tentación es grande. El ejemplo del referéndum británico no tiene mucho que ver con este proceso de negociación en España, pero nos despierta referencias a algún referéndum fallido que todavía sigue levantando recelos y que algún grupo político ha sacado a relucir como una de las variadas líneas rojas con las que unos y otros se han dedicado a no negociar. 
De esas cosas hablo en este artículo de El Diario Fénix:

 http://www.eldiariofenix.com/?q=content/lecciones-de-habilidad-pol%C3%ADtica

Como el enlace parece que ha desaparecido (como desapareció el entrañable Diario Fénix), incluyo aquí el texto original, esperando que éste no desaparezca:

EL PLUMILLA ERRANTE
Lecciones de habilidad política

José A. Gaciño (Diario Fénix, 26-2-16)
Cinco días después de las elecciones generales en 2010, el conservador David Cameron tomó posesión como primer ministro del Reino Unido. Y tardó tanto porque, al no haber alcanzado mayoría absoluta, tuvo que negociar una coalición de gobierno con el Partido Liberal Demócrata. En ese país, se forma el gobierno antes de que se constituya el parlamento (doce días tardó en 2010), pero, en ambos casos, los procedimientos son más ágiles que en España, donde la constitución de Congreso y Senado se produce más de veinte días después del día de las elecciones y la formación de gobierno, en el mejor de los casos (el de Rajoy en 2011, con mayoría absoluta y cierta premura para tomar posesión antes de Navidad), se retrasa más de un mes (32 días, en el caso citado). En las circunstancias actuales, con una representación parlamentaria fragmentada, ya se está viendo el panorama: más de dos meses para alcanzar un primer acuerdo (entre PSOE y Ciudadanos) que, en principio, no garantiza la investidura y formación de gobierno.
No es este el único ejemplo en el que los británicos (o, al menos, su primer ministro actual) demuestran una habilidad y agilidad política que algunos podrían intentar imitar. El pasado fin de semana, Cameron arrancó de la cumbre de jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea unas nuevas condiciones de relación de su país con el proyecto europeo perpetuamente inacabado. Con esas nuevas condiciones va a defender la permanencia del Reino Unido en la UE en el referéndum que va a convocar para junio.
Cualquier parecido con situaciones semejantes en España es pura coincidencia, por supuesto, pero lo mismo que se acusa a los independentistas catalanes de promover un referéndum de independencia que en realidad sólo les interesa a ellos y no a la mayoría de la ciudadanía, también se podría acusar a Cameron de promover un referéndum que sólo le interesa a él para poner orden en su partido, inquieto por los avances de los ultranacionalistas xenófobos.
Desde luego en lo que no hay ninguna coincidencia, en cambio, es entre el comportamiento de la cúpula europea, que se ha apresurado a hacer todas las concesiones posibles e incluso alguna imposible para evitar la salida de los británicos, y el comportamiento del gobierno de Rajoy, que ha venido limitándose a aplicar la doctrina de que lo que no es legal no existe y al que le basta un recurso de inconstitucionalidad para considerar resuelto un problema político (y que incluso llegó a conceder facultades ejecutivas al Tribunal Constitucional para que el gobierno no tenga que molestarse con problemas de aplicación de sentencias).
Mucho podría haber aprendido Rajoy de Cameron, en materia de manejo de referendos, pero lo más probable es que ya no tenga oportunidad. Precisamente ahora que estamos en pleno proceso de negociación para formar gobierno (un proceso del que sorprendentemente se ha desentendido el partido con mayor número de votos), Cameron podría haberle ilustrado sobre como engatusar a un socio de gobierno con el compromiso de someter a referéndum la reforma de la ley electoral y después dejar al socio (el ya citado Partido Liberal Demócrata) solo ante el peligro con su propuesta de reforma en un referéndum en 2011, mientras el socio principal (Partido Conservador) hacía campaña en contra. Naturalmente, perdieron los liberal-demócratas.  
La habilidad de Cameron con los referendos llegó a su esplendor en la consulta por la independencia de Escocia en 2014. Aceptó audazmente el reto de los nacionalistas escoceses, manejó los tiempos y la pregunta, echó toda la carne en el asador (tanto sembrando el miedo como prometiendo mayores competencias) y ganó. En aquella ocasión, insistían mucho en que, si Escocia se independizase del Reino Unido, saldría automáticamente de la Unión Europea, una cosa que también se le repetía en España a los catalanes (una advertencia innecesaria cuando lo primero que hacía el gobierno central era negar la posibilidad de un referéndum). Los ciudadanos escoceses –que figuran entre los más europeístas del Reino Unido– contemplan ahora con estupor como corren el peligro de quedar fuera de la UE precisamente por haber votado mayoritariamente a favor de la permanencia en el Reino Unido.
En paralelo, y como no cuentan con un poderoso centro de especulación financiera como la City para hacer presión, los refugiados siguen vagando por los caminos de Europa, sin que las sucesivas cumbres, consejos y reuniones varias sean capaces de acordar la más mínima concesión de solidaridad. Definitivamente, las comparaciones pueden ser odiosas. E indignantes. 

miércoles, 17 de febrero de 2016

Campaña político-mediática contra la izquierda

Periodistas en la manifestación del Primero de Mayo de 2012, en Sevilla
Que en una protesta presuntamente laboral se le grite "rojo de mierda" al destinatario de la protesta puede ser ilustrativo de los nuevos modos que provoca la dinámica de cambio abierta por el nuevo intento de resucitar a la izquierda. Como si una parte de la policía (porque se trata de la policía municipal de Madrid y protestan contra la reducción de las unidades antidisturbios) recuperase el espíritu de las fuerzas represivas franquistas. Ya no son sólo los banqueros, los grandes empresarios y la derecha más militante los que muestran su inquietud (y su odio) hacia quienes pretenden establecer un cierto equilibrio social, limando las injusticias más sangrantes de un sistema económico basado en la desigualdad. Los medios de comunicación convencionales -los que cuentan con respaldo interesado que les permite sobrevivir en esta crisis de la precariedad- se alinean, por supuesto, con la maraña del poder establecido, del que esos medios también forman parte. Entre todos, han desplegado esa gran campaña político-mediática contra quienes vuelven a hablar de las viejas aspiraciones de la izquierda, olvidadas en gran medida por la izquierda integrada. Lo despliegan, entre otras cosas, para intentar que esa izquierda integrada no caiga en la tentación de volver a sus orígenes. 
Sobre esa campaña y sobre el poder manipulador de ciertos medios de comunicación trata este artículo publicado en El Diario Fénix:
http://www.eldiariofenix.com/?q=content/el-poder-de-la-manipulaci%C3%B3n-informativa

Parece que han desaparecido los enlaces de El Diario Fénix. Por eso, incorporo aquí el texto original del artículo al que hago mención.

EL PLUMILLA ERRANTE

El poder de la manipulación informativa

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 16-2-16)

Muy bien debe de estar haciéndolo el gobierno municipal de Madrid cuando las grandes críticas a su gestión se refieren al vestuario de los reyes magos en la cabalgata de este año, a la retirada de una lápida relacionada con la guerra civil y a un desafortunado espectáculo de títeres, además de algunas actividades de algunos de sus miembros hace cuatro o cinco años, cuando ni siquiera pensaban en ser algún día concejales. Son casi las únicas referencias a la labor del Ayuntamiento de Madrid que trascienden al resto de la ciudadanía española a través de los medios de comunicación convencionales.
Quizá los ciudadanos madrileños tienen una información más completa y matizada en medios locales, aunque es posible que tampoco, a juzgar por lo que sucede en otras ciudades gobernadas por candidaturas similares. Por las referencias que conozco del tratamiento informativo que reciben los nuevos ayuntamientos de Cádiz o de Compostela –por ejemplo–, no es muy atrevido afirmar que estos nuevos gobiernos municipales desarrollan su trabajo en medio de un auténtico bloqueo informativo, salpicado de ataques continuos ante cualquier gesto, incluidos (o quizá sobre todo) los menos importantes. El contrapeso que pueden significar algunas publicaciones digitales, las redes sociales o el programa televisivo del Gran Wyoming no son suficientes para equilibrar su imagen ante la opinión pública.
Cuando el Ayuntamiento de Madrid anunció la creación de una web para puntualizar las informaciones que entendiese que no se ajustaban a los hechos o datos objetivos, se le acusó de querer limitar la libertad de expresión y de no admitir las críticas. Al Ayuntamiento de Cádiz se le ridiculizó cuando celebró una asamblea informativa en una plaza pública, para tratar de hacer llegar directamente a los ciudadanos los mensajes y noticias que los medios de comunicación convencionales ignoraban o tergiversaban.
Para completar el panorama y convencernos de la escasa independencia de los grandes medios informativos españoles, basta comprobar el gran despliegue mediático contra Podemos (el núcleo principal de gran parte de las candidaturas unitarias que gobiernan esos ayuntamientos “malditos”). En esa confusa mezcla de informaciones especulativas, declaraciones amenazadoras y editoriales esquizofrénicos (en los que se clama contra la corrupción mientras se piden pactos con los corruptos o se acusa a los socialistas de vendepatrias a la vez que se le pide que participe en un gobierno de unidad nacional) con la que nos entretienen a falta de un nuevo gobierno, casi todos coinciden en pintar a Podemos como la gran bestia negra del degradado panorama político español. Entre otras cosas, le acusan, curiosamente, de tratar de practicar la manipulación mediática, una práctica en la que todavía tiene mucho que aprender de quienes lo demonizan.
No es nuevo este comportamiento de los grandes poderes establecidos, de los que los medios de comunicación forman parte. En los primeros años de la transición, entre la aparición de nuevos medios progresistas y que los antiguos medios no sabían hasta dónde podía llegar la democracia, todavía se guardaban ciertos equilibrios. Poco a poco, a medida que se fueron comprobando las fuerzas de unos y otros, que alguna izquierda se fue acomodando a los vicios del poder y que los medios inicialmente progresistas o han desaparecido o se han acomodado igualmente a los mismos vicios, ha quedado claro de qué parte están los grandes medios de comunicación, que son los que siguen marcando la pauta a la opinión pública (sobre todo, la televisión), a pesar de lo que se puedan agitar las redes sociales.

El líder de Podemos habló un día de asaltar los cielos de la política. Alguien, algunos, muchos a poder ser, podrían pensar en pisar tierra firme y sentar las bases de una información libre y crítica.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Esperando el cadáver del enemigo

Tumba modernista en el cementerio de Lloret de Mar (Girona). Abril de 2012
Enredado en su propia pasividad, Mariano Rajoy aparece como el don Tancredo del ruedo político o como el paciente vengativo que espera ver pasar el cadáver de su enemigo, dicho sea en sentido metafórico (lo del cadáver, no lo del enemigo). Ni se ha molestado en buscarse apoyos para hacer valer su condición de candidato de la lista más votada, consciente quizá de que la interminable corrupción

que emana de sus filas le van convirtiendo a él y a su partido en apestados a quienes nadie se quiere acercar. 
Parece como si la última posibilidad que le quedase fuese que, entre las presiones europeas, las campañas mediáticas (todos contra Podemos, con El País en cabeza) y las maniobras internas del viejo aparato cainita del PSOE, lograsen lo que Rajoy es incapaz de alcanzar en unas negociaciones. Mientras, deshojaremos la margarita de los pactos imposibles y las esperanzas perdidas. Algo de eso se puede leer en este artículo publicado en El Diario Fénix: 
http://www.eldiariofenix.com/?q=content/esperando-el-cad%C3%A1ver-el-enemigo

A falta del enlace con El Diario Fénix, reproduzco el artículo en su formato original:

EL PLUMILLA ERRANTE

Esperando el cadáver del enemigo

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 8-2-16)

La Comisión Europea –que tiene a cientos de miles de refugiados vagando por los caminos del continente o atrapados entre fronteras que creíamos superadas–está, sin embargo, preocupada por el futuro gobierno de España. Se toma con parsimonia un grave problema de asistencia humanitaria que puede poner en peligro algunos de los aspectos más destacados de la construcción de la unidad europea, como el de la libre circulación de personas por el espacio Schengen, pero se muestra impaciente ante los retrasos en la formación de nuevo gobierno en España. Ante los retrasos y ante su composición.
Sin llegar a los extremos del PP, que predice la ruina del país si sale adelante un gobierno de socialistas, radicales e independentistas, desde Bruselas insisten en la necesidad de un gobierno estable, que cumpla con sus obligaciones europeas, como insinuando que determinadas opciones que aspiran  a gobernar en España podrían no tener claras esas obligaciones. No deben de estar muy seguros de la cohesión europea en materia económica, a pesar de que, después de obligar a Grecia a renunciar a sus políticas de reactivación, parecía que estaba claro que nadie puede salirse del rumbo marcado hacia la desigualdad y que la satisfacción de las deudas es lo primero, sobre todo si quien recauda los intereses es un banco alemán.
La presión europea viene a unirse a las presiones que le llueven al líder socialista incluso, o sobre todo, desde sus propias filas. Casi desde la misma noche de las elecciones del pasado 20 de diciembre, los guardianes de las esencias del aparato del PSOE no han dejado de advertir a Pedro Sánchez sobre las malas compañías. Aparentemente de acuerdo con su postura de no apoyar a Rajoy ni por activa ni por pasiva, son muy alarmistas sobre posibles entendimientos con la izquierda radical de Podemos y totalmente reacios a que los independentistas apoyen su investidura, aunque sea por la vía de la abstención. Es decir, no le dejan apenas margen de maniobra. En resumen, queda claro que determinados barones feudales del PSOE –algunos de los cuales, curiosamente, han pactado con Podemos en su comunidad autónoma– no se fían de su secretario general.
En el exterior, no lo tiene más fácil. Las fuerzas emergentes (Podemos y Ciudadanos) se confiesan incompatibles entre si, lo cual complica las posibilidades de combinación para que salgan los números. La guerra de todos contra todos parece sugerir que ya ha empezado la nueva campaña electoral y que el objetivo de cada uno es echarle la culpa a los demás de la imposibilidad de formar gobierno. Particularmente cínica es la postura del PP, que, después de despreciar la oferta del rey para intentar la investidura, ahora mete prisa a Pedro Sánchez –que ha asumido con dignidad patriótica el marrón de fracasar en su investidura– para que se estrelle cuanto antes y empiecen a correr los plazos.
También le acusan de no querer dialogar con el partido más votado, como si ellos no se hubiesen cerrado por completo al diálogo mientras tuvieron mayoría absoluta, y como si su líder, en la semana siguiente a las elecciones, no se hubiese limitado a recibir en audiencia a los demás líderes políticos, en su despacho de presidente del gobierno, como para significar su preeminencia sobre el resto de simples candidatos (no es el único que utiliza un escenario institucional para sus negocios partidistas: Artur Mas y Susana Díaz hicieron lo mismo en su momento). Más que una apertura de negociaciones, parecía una parodia de la ronda de consultas que le corresponde al jefe del Estado.

Como en la viñeta de Peridis en El País, Rajoy ni se molesta en levantarse del catafalco para ver pasar el cadáver de su enemigo. Espera que las presiones europeas, mediáticas y del propio aparato socialista le hagan el trabajo, antes o después de unas nuevas elecciones. Ya veremos si queda Rajoy para entonces y entre quiénes se sortea la culpa de que sigan en el gobierno los campeones de la corrupción.

lunes, 25 de enero de 2016

La soledad de don Tancredo

La angustia y la soledad del torero en este cuadro de
José María Sánchez Casas
Como si todavía estuviésemos en los tiempos en que no había aviones ni móviles ni internet, el procedimiento para constituir las nuevas Cortes Generales e investir, en su caso, un nuevo gobierno necesita, en España, más de un mes, si las cosas transcurren normalmente. Más de veinte días pasaron entre el día de las elecciones, 20 de diciembre, y la constitución del parlamento, 13 de enero, y hasta una semana después no empezó el rey su ronda de consultas con los representantes de los partidos con presencia en el Congreso. 
En todo este tiempo, además, los partidos han sido incapaces de articular una negociación seria para formar gobierno, de manera que Mariano Rajoy -uno de los que más prisas parecía tener para que se configurase un ejecutivo que él considerase responsable- terminó declinando la propuesta del rey de que se sometiese a la sesión de investidura porque no cuenta con los apoyos necesarios (se ha dado cuenta, al fin, de que no basta ser el partido más votado) y prefiere que no empiece a correr el plazo de dos meses, a partir de su derrota en la investidura, para convocar nuevas elecciones si no se consigue llegar a un acuerdo de gobierno. 
Ha preferido prolongar su situación de presidente del gobierno en funciones, a la espera de que el líder socialista se queme en el intento de configurar una alternativa progresista para el que los principales obstáculos los encuentra en su partido. 
Rajoy prolonga su interinidad en la soledad dontancredista de quien ha hecho la estatua ante los grandes problemas sociales y ahora se ve en la necesidad de mendigar acuerdos a quienes despreció en su legislatura de arrogancia absoluta.
Más cosas sobre estos líos en estos artículos publicados en El Diario Fénix:

http://www.eldiariofenix.com/?q=content/sin-demasiadas-ilusiones-con-los-cambios

http://www.eldiariofenix.com/?q=content/los-problemas-sociales-en-segundo-plano

Como parece que no funcionan los enlaces, incluyo aquí los textos originales:


EL PLUMILLA ERRANTE

Sin demasiadas ilusiones con los cambios

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 25-1-16)

Era de los que metían prisas (junto con la cúpula de la Unión Europea) para que se formase cuanto antes un gobierno responsable, presidido por él, claro, y compartido o apoyado por los partidos que coinciden en la defensa de la unidad de España y de los compromisos con la UE, pero Mariano Rajoy se ha apuntado a la táctica conservadora de perder tiempo para aguantar el resultado. De todas maneras, parece que ya se ha aprendido el artículo 99 de la Constitución, en el que se explica el procedimiento para elegir presidente del gobierno, y en el que no se alude para nada a la lista más votada, sino al candidato que consiga mayoría absoluta en una primera votación de investidura en el Congreso de los Diputados o mayoría simple en una segunda votación.
Quizá le falta aprender que, para conseguir esas mayorías, si no la tiene uno por su propio grupo, hay que negociar con otros grupos parlamentarios y ofrecer algo más que advertencias contra los radicalismos y vagas promesas de reformas. Y que quejarse públicamente de que su interlocutor más importante no quiere escucharle es una manera de reconocer su propia incapacidad para hacerse oír (y no digamos ya para entenderse y llegar a acuerdos).
Tampoco estaría de más que aprendiese que su habitual práctica de resistencia pasiva –no hacer nada, esperando que las cosas se arreglen solas– no siempre da resultado. Claro que, en este caso, puede que el resultado que esté buscando sea el de repetir las elecciones y simplemente prefiera que sea el candidato socialista el que se queme primero perdiendo la investidura, circunstancia que además le permitiría presentarlo como un irresponsable que ni deja gobernar al candidato del partido más votado ni es capaz de aglutinar apoyos para gobernar. Eso o esperar que la lucha interna en el PSOE le haga el trabajo de convencer a Sánchez (o sustituirlo por alguien que considere a Rajoy un político decente).
Frente a la pasividad de la derecha, la nueva izquierda de Podemos practica la sobreactuación en jugadas de farol que meten más presión al líder socialista, ya sometido a presiones contradictorias, en plan ducha escocesa, por sus barones territoriales que le exigen al mismo tiempo no pactar con el PP ni pactar contra el PP. Más posibilidades para la repetición de elecciones, unos pensando en protagonizar el sorpasso (“adelantamiento”) al PSOE con el que había soñado Anguita hace veinte años, otros esperando el definitivo fracaso de un líder considerado sin pedigrí por un aparato que prefiere morir a arriesgarse.
Como telón de fondo, las altas instancias de la Unión Europea, que quieren que se forme pronto un gobierno en España que despeje las incertidumbres que dicen que inquietan a los mercados y que empiece a hacer frente a los recortes obligados en unos presupuestos que ya han sido calificados de excesivamente optimistas por la Comisión Europea, advirtiendo que tendrían que ser revisados por el gobierno que saliese de las elecciones. Y tal como están las perspectivas internacionales, no parece que se vayan a modificar sustancialmente las líneas de reducción progresiva del gasto social. Ni la socialdemocracia (que gobierna en países como Alemania, Francia e Italia) ni la izquierda radical que gobierna en Grecia han conseguido modificar esa tendencia. Tampoco parece tener muchas posibilidades de hacerlo el gobierno socialista portugués con apoyos parlamentarios de comunistas y nueva izquierda. Por sumar que no quede (si es que realmente todos estos sumandos son homogéneos), pero, en principio, un gobierno de izquierdas en España también tendría limitadas sus posibilidades de hacer auténticas políticas de izquierda (aparte de no poder hacer como quisiera otras reformas más “domésticas”, como la de la Constitución, que previsiblemente serían boicoteadas por la derecha).
Convendría tener en cuenta ese contexto, para no hacerse demasiadas ilusiones con los cambios y, en el caso de que realmente se llegase a esa alternativa progresista que preconiza Sánchez, deberían explicar muy bien a los ciudadanos cuáles son los límites. Más que nada para no seguir alimentando nuevas decepciones.



EL PLUMILLA ERRANTE

Los problemas sociales, en segundo plano

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 12-1-16)

Tan legítimo sería que el gobierno español –el que está ahora en funciones o el que pueda ser investido, si los políticos electos son capaces de hacer política y llegar a acuerdos– hiciera frente a los posibles pasos del nuevo gobierno catalán hacia la independencia a base de recursos de inconstitucionalidad, o incluso haciendo uso del artículo 155 de la Constitución española, como que, en un golpe de audacia, retase a los independentistas a aceptar la celebración de un referéndum que aclarase directamente cuántos catalanes son realmente partidarios de la independencia. Sería como una propuesta in extremis, con unas cuantas líneas rojas chirriando, pero al menos una de las partes, la de los independentistas catalanes, no podría extrañarse de ese cambio de última hora después de la investidura exprés que han protagonizado en el pasado fin de semana.
La audacia no es algo que haya abundado en los gobiernos del actual sistema democrático español. Adolfo Suárez la gastó casi toda con aquella ley para la reforma política que le vendió a las Cortes franquistas (y que en cinco artículos y tres disposiciones transitorias se cargaba prácticamente las leyes fundamentales del franquismo) y con la legalización por sorpresa del Partido Comunista. Volvió a aparecer en aquella pirueta de Felipe González con la que dio la vuelta a su postura inicial sobre la OTAN, precisamente a través de un referéndum (había ensayado antes la audacia en el debate interno de su partido, cuando practicó la dimisión calculada para convencer a sus compañeros de que había que olvidarse del marxismo).
Claro que se habla de audacia cuando las cosas salen bien. Si se tuercen, se habla más bien de temeridad (la que cometen los temerarios, “excesivamente imprudentes arrostrando peligros”, según el diccionario de la Academia). En eso están precisamente los políticos catalanes que han iniciado su camino hacia la independencia. Llevados por una euforia movilizadora que superó sus propios cálculos al promoverla, vislumbrando suculentos réditos electorales, han terminado enredados en una interminable huida hacia adelante, a pesar de que los réditos no han sido tan suculentos. Su audacia se va convirtiendo en temeridad a medida que avanzan en el vacío, convencidos de que, a pesar de tener casi todas las condiciones en contra, esta es la gran ocasión histórica de alcanzar su sueño. Empezaron jugando lo que creían una buena baza electoral y ahora juegan a creerse que es posible poner en marcha el proceso. De todas formas, sigue pesando el cálculo electoral: la investidura exprés parece responder fundamentalmente al pánico a unas elecciones anticipadas que podrían haber supuesto el hundimiento final de la en otro tiempo poderosa Convergéncia.
Ofrecer ahora un referéndum para que despierten del sueño podría ser una manera de facilitarles una salida airosa. Después de todo, hay algunos gestos que parecen señalar ciertos resquicios para el diálogo. Como que, ante el primer recurso de inconstitucionalidad, el Parlamento catalán haya presentado alegaciones, en lugar de empezar a practicar la desconexión. O que la presidenta haya pedido audiencia al Rey para trasladarle el acuerdo de investidura (entre paréntesis: ¿no hubiese sido mejor recibirla, para acentuar que sigue formando parte del Estado?). O que el “sacrificado” Mas insista en que hay que evitar un gobierno central del PP, con o sin Ciudadanos, como insinuando que no verían mal otra alternativa.
Pero la perspectiva más previsible, en principio, es la de una legislatura volcada en el seguimiento del Tribunal Constitucional trabajando a destajo en un laberinto de recursos y contrarrecursos en torno a los intentos de desconexión catalana, sea cual sea el gobierno que finalmente consiga la mayoría suficiente para sumar apoyos entre los nuevos equilibrios parlamentarios (urgidos por el mismo pánico de algunos a la repetición de elecciones). Con la cuestión catalana condenada a convertirse en la prioridad de ese nuevo gobierno central, se corre el peligro de que pasen a un segundo plano las grandes cuestiones económicas y sociales provocadas por la crisis y por las medidas adoptadas supuestamente para salir de la crisis. La fortuna, en este caso, no sonreiría precisamente a los audaces.



viernes, 22 de enero de 2016

Memoria de la guerrilla antifranquista

De izquierda a derecha, Manuel Velasco, Afonso Eiré y Francisco Rodríguez
Iglesias, en la presentación del libro O Piloto. El último guerrillero, en el
salón de actos de la Casa de la Provincia, en Sevilla
La guerrilla antifranquista ha sido muy mal historiada, recordaba ayer Francisco Martínez, Quico, nonagenario superviviente de la agrupación guerrillera que dirigió Xosé Luis Castro, O Piloto, en tierras de Lugo. Fue una intervención vía telefónica en el acto de presentación en Sevilla del libro O Piloto. El último guerrillero (traducción al castellano del original en gallego, publicado el año pasado). En el acto habían hablado antes el editor Francisco Rodríguez Iglesias, presidente de Hércules de Ediciones; Manuel Velasco, presidente de la asociación Guerra y Exilio-Memoria Histórica de Andalucía, y el autor, el periodista gallego Afonso Eiré, nacido en el municipio de Chantada, precisamente donde O Piloto estableció su base de operaciones. 
En efecto, como podía deducirse de las diversas intervenciones, la guerrilla ha quedado relegada al capítulo de elementos colaterales o residuales de la lucha antifranquista. Catalogada por la propaganda del franquismo como actividades de bandidaje, tampoco las fuerzas más representativas de la oposición democrática la aceptaron, sobre todo después del final de la segunda guerra mundial, cuando las potencias occidentales, en el clima de guerra fría que sucedió a la derrota de los fascismos, prefirieron tolerar la dictadura de Franco. Distanciándose de la continuidad de la lucha armada, las fuerzas antifranquistas pretendían ofrecer una imagen de moderación y estabilidad, pero de poco les sirvió ante una situación internacional que favoreció a los intereses que Franco representaba y defendía con su implacable represión.
En realidad, cuando la guerrilla surgió en Galicia en 1938, el gobierno de la República no apoyó la apertura de ese frente en la retaguardia del enemigo. Diez años después, el Partido Comunista -al que estaban ligadas las agrupaciones guerrilleras gallegas- dio por clausurada esta vía de resistencia de forma abrupta, dejando colgados a los guerrilleros, sin ningún tipo de ayuda -ni siquiera para escaparse-, a merced de la represión del régimen. Aun así, O Piloto y sus hombres continuaron su actividad hasta los años sesenta, convirtiéndose en el último reducto de la resistencia armada. En 1965, un 10 de marzo (curiosamente el mismo día en que, siete años después, murieron en Ferrol dos obreros, por disparos de la policía), O Piloto fue abatido a tiros por la guardia civil.
Si resistieron hasta entonces, como insistía ayer Quico -en un impresionante y lúcido testimonio-, era porque contaba con apoyo en el pueblo. Un apoyo y una conciencia que se mantenía todavía años después, cuando, en los últimos años del franquismo y primeros de la transición -lo recordaba Afonso Eiré, que trabajó personalmente aquellos primeros momentos de reorganización-, empezaron a configurarse los núcleos iniciales de las Comisións Labregas.
Tanto Eiré como Manuel Velasco insistieron en que a los guerrilleros no se les ha reconocido su condición de últimos soldados de la República. Como lamenta el autor del libro, todavía estamos tratando de reivindicar a las víctimas cuando deberíamos estar homenajeando a los luchadores.