miércoles, 16 de septiembre de 2020

Celestino, amigo permanente

      
El 12 de diciembre de 2018, en el Hotel Atlántico de Cádiz, nos hacíamos esas fotos después de la tradicional comida de Navidad de este grupo de veteranos de guerra (de guerras dialécticas, por supuesto). El pasado 11 de septiembre de 2020 (fecha maldita: el golpe de estado de Pinochet, el atentado de las Torres Gemelas…), en el tanatorio gaditano de Servisa, despedíamos el féretro de Celestino Rodríguez Pastoriza, creo que el segundo más joven veterano de la reunión (hasta diciembre no le tocaba cumplir 75 años) y de los últimos en incorporarse al grupo, a la tertulia del Bar Pablito, que durante un tiempo fue del Bahía y que, en sus orígenes, en los años setenta del siglo pasado, se reunía en la trastienda de la Librería Omega, la del muy telhardiano Manolo López que también llegó al punto omega hace unos años, como otros Manolos igualmente entrañables y dialécticos (Ferreiro, Castro, Cortina) con los que no podemos debatir más.

En esa pose de delanteros antes del partido, compartíamos Celestino y yo nuestra última foto juntos (tampoco hemos vuelto a celebrar otra comida del grupo). Compartíamos más cosas: Cádiz, desde luego, punto de encuentro y de libertad irrenunciable (común a todos los miembros de la tertulia), y Galicia, punto alfa de nosotros dos y referencia de nuestras raíces personales y culturales (en su caso, directamente de nacimiento, en Bueu, hasta que su carrera de mecánico naval le terminó llevando a engrosar la secular colonia gallega en Cádiz; indirectamente en el mío, que nací en Cádiz hijo de emigrantes gallegos y que, en sentido contrario, emigré a Galicia, donde permanecí 17 años, no sé si como para refrescar y reforzar la referencia).
El espíritu galaico era evidente en Celestino, en su sentidiño equilibrado, que no tiene nada que ver con el tópico de subir o bajar escaleras, sino con el realismo y la capacidad de diálogo y de entendimiento. 
Era, además, de los “bos e xenerosos” que se citan en el himno gallego: nunca dejó de atender a un amigo ni de hacer un favor que estuviese a su alcance. Ahora sólo podré (podremos) compartirlo en la memoria, como la imagen de un verdadero amigo permanente.



   Gallegos en Cádiz
     Hace cinco años, en una esquina de la calle Plocia (domicilio nuclear de mi familia, hasta que murió mi madre en 2000), se colocó esta lápida en reconocimiento y gratitud a la fecunda labor pesquera, profesional, social y cultural que la emigración gallega había aportado a Cádiz a lo largo del siglo XX. De esa colectividad formaron parte, entre muchísimos otros, mis padres, mis tíos y tantos otros familiares más o menos directos que fueron mano de obra fundamental en el desarrollo de la flota pesquera de Cádiz, hoy ya desaparecida o trasladada a otros puertos de la provincia. A esa colectividad gallega se incorporó en su día Celestino, aunque las circunstancias y las condiciones de su emigración fueron diferentes.


Seducido por el flamenco

En su blog El cuarto de los cabales, otro integrante de la tertulia, Paco Dodero (el más joven veterano del grupo, y que aparece en esta foto con Celestino), ha recordado la afición al flamenco que desarrolló nuestro amigo de Bueu, como uno de los aspectos de su integración en la vida social y cultural de Cádiz. Un ejemplo de apertura de espíritu de quien nunca olvidó los sonidos de su tierra (dulces, alegres o melancólicos, según se tercie), pero que también se dejó seducir por la hondura y el desgarro del flamenco más puro. Aquí está el enlace del blog que lo recuerda:  /https://elcuartodeloscabales.wordpress.com/2020/09/20/adios-a-un-amigo-aficionado-al-flamenco/