lunes, 25 de enero de 2016

La soledad de don Tancredo

La angustia y la soledad del torero en este cuadro de
José María Sánchez Casas
Como si todavía estuviésemos en los tiempos en que no había aviones ni móviles ni internet, el procedimiento para constituir las nuevas Cortes Generales e investir, en su caso, un nuevo gobierno necesita, en España, más de un mes, si las cosas transcurren normalmente. Más de veinte días pasaron entre el día de las elecciones, 20 de diciembre, y la constitución del parlamento, 13 de enero, y hasta una semana después no empezó el rey su ronda de consultas con los representantes de los partidos con presencia en el Congreso. 
En todo este tiempo, además, los partidos han sido incapaces de articular una negociación seria para formar gobierno, de manera que Mariano Rajoy -uno de los que más prisas parecía tener para que se configurase un ejecutivo que él considerase responsable- terminó declinando la propuesta del rey de que se sometiese a la sesión de investidura porque no cuenta con los apoyos necesarios (se ha dado cuenta, al fin, de que no basta ser el partido más votado) y prefiere que no empiece a correr el plazo de dos meses, a partir de su derrota en la investidura, para convocar nuevas elecciones si no se consigue llegar a un acuerdo de gobierno. 
Ha preferido prolongar su situación de presidente del gobierno en funciones, a la espera de que el líder socialista se queme en el intento de configurar una alternativa progresista para el que los principales obstáculos los encuentra en su partido. 
Rajoy prolonga su interinidad en la soledad dontancredista de quien ha hecho la estatua ante los grandes problemas sociales y ahora se ve en la necesidad de mendigar acuerdos a quienes despreció en su legislatura de arrogancia absoluta.
Más cosas sobre estos líos en estos artículos publicados en El Diario Fénix:

http://www.eldiariofenix.com/?q=content/sin-demasiadas-ilusiones-con-los-cambios

http://www.eldiariofenix.com/?q=content/los-problemas-sociales-en-segundo-plano

Como parece que no funcionan los enlaces, incluyo aquí los textos originales:


EL PLUMILLA ERRANTE

Sin demasiadas ilusiones con los cambios

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 25-1-16)

Era de los que metían prisas (junto con la cúpula de la Unión Europea) para que se formase cuanto antes un gobierno responsable, presidido por él, claro, y compartido o apoyado por los partidos que coinciden en la defensa de la unidad de España y de los compromisos con la UE, pero Mariano Rajoy se ha apuntado a la táctica conservadora de perder tiempo para aguantar el resultado. De todas maneras, parece que ya se ha aprendido el artículo 99 de la Constitución, en el que se explica el procedimiento para elegir presidente del gobierno, y en el que no se alude para nada a la lista más votada, sino al candidato que consiga mayoría absoluta en una primera votación de investidura en el Congreso de los Diputados o mayoría simple en una segunda votación.
Quizá le falta aprender que, para conseguir esas mayorías, si no la tiene uno por su propio grupo, hay que negociar con otros grupos parlamentarios y ofrecer algo más que advertencias contra los radicalismos y vagas promesas de reformas. Y que quejarse públicamente de que su interlocutor más importante no quiere escucharle es una manera de reconocer su propia incapacidad para hacerse oír (y no digamos ya para entenderse y llegar a acuerdos).
Tampoco estaría de más que aprendiese que su habitual práctica de resistencia pasiva –no hacer nada, esperando que las cosas se arreglen solas– no siempre da resultado. Claro que, en este caso, puede que el resultado que esté buscando sea el de repetir las elecciones y simplemente prefiera que sea el candidato socialista el que se queme primero perdiendo la investidura, circunstancia que además le permitiría presentarlo como un irresponsable que ni deja gobernar al candidato del partido más votado ni es capaz de aglutinar apoyos para gobernar. Eso o esperar que la lucha interna en el PSOE le haga el trabajo de convencer a Sánchez (o sustituirlo por alguien que considere a Rajoy un político decente).
Frente a la pasividad de la derecha, la nueva izquierda de Podemos practica la sobreactuación en jugadas de farol que meten más presión al líder socialista, ya sometido a presiones contradictorias, en plan ducha escocesa, por sus barones territoriales que le exigen al mismo tiempo no pactar con el PP ni pactar contra el PP. Más posibilidades para la repetición de elecciones, unos pensando en protagonizar el sorpasso (“adelantamiento”) al PSOE con el que había soñado Anguita hace veinte años, otros esperando el definitivo fracaso de un líder considerado sin pedigrí por un aparato que prefiere morir a arriesgarse.
Como telón de fondo, las altas instancias de la Unión Europea, que quieren que se forme pronto un gobierno en España que despeje las incertidumbres que dicen que inquietan a los mercados y que empiece a hacer frente a los recortes obligados en unos presupuestos que ya han sido calificados de excesivamente optimistas por la Comisión Europea, advirtiendo que tendrían que ser revisados por el gobierno que saliese de las elecciones. Y tal como están las perspectivas internacionales, no parece que se vayan a modificar sustancialmente las líneas de reducción progresiva del gasto social. Ni la socialdemocracia (que gobierna en países como Alemania, Francia e Italia) ni la izquierda radical que gobierna en Grecia han conseguido modificar esa tendencia. Tampoco parece tener muchas posibilidades de hacerlo el gobierno socialista portugués con apoyos parlamentarios de comunistas y nueva izquierda. Por sumar que no quede (si es que realmente todos estos sumandos son homogéneos), pero, en principio, un gobierno de izquierdas en España también tendría limitadas sus posibilidades de hacer auténticas políticas de izquierda (aparte de no poder hacer como quisiera otras reformas más “domésticas”, como la de la Constitución, que previsiblemente serían boicoteadas por la derecha).
Convendría tener en cuenta ese contexto, para no hacerse demasiadas ilusiones con los cambios y, en el caso de que realmente se llegase a esa alternativa progresista que preconiza Sánchez, deberían explicar muy bien a los ciudadanos cuáles son los límites. Más que nada para no seguir alimentando nuevas decepciones.



EL PLUMILLA ERRANTE

Los problemas sociales, en segundo plano

José A. Gaciño (El Diario Fénix, 12-1-16)

Tan legítimo sería que el gobierno español –el que está ahora en funciones o el que pueda ser investido, si los políticos electos son capaces de hacer política y llegar a acuerdos– hiciera frente a los posibles pasos del nuevo gobierno catalán hacia la independencia a base de recursos de inconstitucionalidad, o incluso haciendo uso del artículo 155 de la Constitución española, como que, en un golpe de audacia, retase a los independentistas a aceptar la celebración de un referéndum que aclarase directamente cuántos catalanes son realmente partidarios de la independencia. Sería como una propuesta in extremis, con unas cuantas líneas rojas chirriando, pero al menos una de las partes, la de los independentistas catalanes, no podría extrañarse de ese cambio de última hora después de la investidura exprés que han protagonizado en el pasado fin de semana.
La audacia no es algo que haya abundado en los gobiernos del actual sistema democrático español. Adolfo Suárez la gastó casi toda con aquella ley para la reforma política que le vendió a las Cortes franquistas (y que en cinco artículos y tres disposiciones transitorias se cargaba prácticamente las leyes fundamentales del franquismo) y con la legalización por sorpresa del Partido Comunista. Volvió a aparecer en aquella pirueta de Felipe González con la que dio la vuelta a su postura inicial sobre la OTAN, precisamente a través de un referéndum (había ensayado antes la audacia en el debate interno de su partido, cuando practicó la dimisión calculada para convencer a sus compañeros de que había que olvidarse del marxismo).
Claro que se habla de audacia cuando las cosas salen bien. Si se tuercen, se habla más bien de temeridad (la que cometen los temerarios, “excesivamente imprudentes arrostrando peligros”, según el diccionario de la Academia). En eso están precisamente los políticos catalanes que han iniciado su camino hacia la independencia. Llevados por una euforia movilizadora que superó sus propios cálculos al promoverla, vislumbrando suculentos réditos electorales, han terminado enredados en una interminable huida hacia adelante, a pesar de que los réditos no han sido tan suculentos. Su audacia se va convirtiendo en temeridad a medida que avanzan en el vacío, convencidos de que, a pesar de tener casi todas las condiciones en contra, esta es la gran ocasión histórica de alcanzar su sueño. Empezaron jugando lo que creían una buena baza electoral y ahora juegan a creerse que es posible poner en marcha el proceso. De todas formas, sigue pesando el cálculo electoral: la investidura exprés parece responder fundamentalmente al pánico a unas elecciones anticipadas que podrían haber supuesto el hundimiento final de la en otro tiempo poderosa Convergéncia.
Ofrecer ahora un referéndum para que despierten del sueño podría ser una manera de facilitarles una salida airosa. Después de todo, hay algunos gestos que parecen señalar ciertos resquicios para el diálogo. Como que, ante el primer recurso de inconstitucionalidad, el Parlamento catalán haya presentado alegaciones, en lugar de empezar a practicar la desconexión. O que la presidenta haya pedido audiencia al Rey para trasladarle el acuerdo de investidura (entre paréntesis: ¿no hubiese sido mejor recibirla, para acentuar que sigue formando parte del Estado?). O que el “sacrificado” Mas insista en que hay que evitar un gobierno central del PP, con o sin Ciudadanos, como insinuando que no verían mal otra alternativa.
Pero la perspectiva más previsible, en principio, es la de una legislatura volcada en el seguimiento del Tribunal Constitucional trabajando a destajo en un laberinto de recursos y contrarrecursos en torno a los intentos de desconexión catalana, sea cual sea el gobierno que finalmente consiga la mayoría suficiente para sumar apoyos entre los nuevos equilibrios parlamentarios (urgidos por el mismo pánico de algunos a la repetición de elecciones). Con la cuestión catalana condenada a convertirse en la prioridad de ese nuevo gobierno central, se corre el peligro de que pasen a un segundo plano las grandes cuestiones económicas y sociales provocadas por la crisis y por las medidas adoptadas supuestamente para salir de la crisis. La fortuna, en este caso, no sonreiría precisamente a los audaces.



viernes, 22 de enero de 2016

Memoria de la guerrilla antifranquista

De izquierda a derecha, Manuel Velasco, Afonso Eiré y Francisco Rodríguez
Iglesias, en la presentación del libro O Piloto. El último guerrillero, en el
salón de actos de la Casa de la Provincia, en Sevilla
La guerrilla antifranquista ha sido muy mal historiada, recordaba ayer Francisco Martínez, Quico, nonagenario superviviente de la agrupación guerrillera que dirigió Xosé Luis Castro, O Piloto, en tierras de Lugo. Fue una intervención vía telefónica en el acto de presentación en Sevilla del libro O Piloto. El último guerrillero (traducción al castellano del original en gallego, publicado el año pasado). En el acto habían hablado antes el editor Francisco Rodríguez Iglesias, presidente de Hércules de Ediciones; Manuel Velasco, presidente de la asociación Guerra y Exilio-Memoria Histórica de Andalucía, y el autor, el periodista gallego Afonso Eiré, nacido en el municipio de Chantada, precisamente donde O Piloto estableció su base de operaciones. 
En efecto, como podía deducirse de las diversas intervenciones, la guerrilla ha quedado relegada al capítulo de elementos colaterales o residuales de la lucha antifranquista. Catalogada por la propaganda del franquismo como actividades de bandidaje, tampoco las fuerzas más representativas de la oposición democrática la aceptaron, sobre todo después del final de la segunda guerra mundial, cuando las potencias occidentales, en el clima de guerra fría que sucedió a la derrota de los fascismos, prefirieron tolerar la dictadura de Franco. Distanciándose de la continuidad de la lucha armada, las fuerzas antifranquistas pretendían ofrecer una imagen de moderación y estabilidad, pero de poco les sirvió ante una situación internacional que favoreció a los intereses que Franco representaba y defendía con su implacable represión.
En realidad, cuando la guerrilla surgió en Galicia en 1938, el gobierno de la República no apoyó la apertura de ese frente en la retaguardia del enemigo. Diez años después, el Partido Comunista -al que estaban ligadas las agrupaciones guerrilleras gallegas- dio por clausurada esta vía de resistencia de forma abrupta, dejando colgados a los guerrilleros, sin ningún tipo de ayuda -ni siquiera para escaparse-, a merced de la represión del régimen. Aun así, O Piloto y sus hombres continuaron su actividad hasta los años sesenta, convirtiéndose en el último reducto de la resistencia armada. En 1965, un 10 de marzo (curiosamente el mismo día en que, siete años después, murieron en Ferrol dos obreros, por disparos de la policía), O Piloto fue abatido a tiros por la guardia civil.
Si resistieron hasta entonces, como insistía ayer Quico -en un impresionante y lúcido testimonio-, era porque contaba con apoyo en el pueblo. Un apoyo y una conciencia que se mantenía todavía años después, cuando, en los últimos años del franquismo y primeros de la transición -lo recordaba Afonso Eiré, que trabajó personalmente aquellos primeros momentos de reorganización-, empezaron a configurarse los núcleos iniciales de las Comisións Labregas.
Tanto Eiré como Manuel Velasco insistieron en que a los guerrilleros no se les ha reconocido su condición de últimos soldados de la República. Como lamenta el autor del libro, todavía estamos tratando de reivindicar a las víctimas cuando deberíamos estar homenajeando a los luchadores.